Eduardo Alfredo Olivero

Biografía

Nació el 2 de noviembre de 1896 en Tandil, Buenos Aires, Argentina. Fue declarado precursor de la aviación argentina. Luchó por Italia en la Primera Guerra Mundial. Realizó el primer Raid Nueva York - Buenos Aires. Rompió récord de altura latinoamericano sin oxígeno. Se casó con Esther Patrone y tuvo una hija, Margarita. Hombre involucrado con su tiempo y el futuro de su país y la aviación, investigó la posibilidad de ascender hasta la estratósfera y nuevas formas vegetales de combustible. Murió en Buenos Aires, el 9 de marzo de 1966.

Sus comienzos

Nació en Tandil, provincia de Buenos Aires, el 2 de noviembre de 1896, cerca de donde se erguía la famosa Movediza. Sus padres, Giovanni Olivero y Margarita Galfré de Olivero (originarios de Boves, Cúneo), llegaron a Buenos Aires junto a sus hijos mayores unos años atrás. Giovanni era herrero y en ese momento había mucho movimiento en las canteras de Tandil donde se reunía la piedra que pavimentaría las calles de todo el país.

A los pocos años de edad fue enviado a vivir con el mayor de sus hermanos al campo, en Tres Arroyos. Decidido a aprender a volar, viajó solo a Buenos Aires y allí caminó desde la estación de Constitución hasta la zona de Villa Lugano, a varios kilómetros de allí, donde se encontraba el aeroclub de aquel entonces. Villa Lugano fue el punto de encuentro de grandes figuras de la aviación argentina (como Jorge Newbery).

Los primeros aviones ingresaron a la Argentina en 1910 y la aviación se encontraba todavía en sus tempranos comienzos. Todo estaba por descubrirse, todo era experimentar.

Luego de intentar repetidas veces ser admitido, privilegio que se le negaba por su corta edad, en julio de 1914, logró volar por primera vez y demostró un talento nato. Ese mismo año, el 14 de julio, realizó el primer vuelo sobre la ciudad de Tandil. La Primera Guerra Mundial estalló en 1915 y una enorme cantidad de italianos en argentina se enlistaron para luchar por su país. El padre y el tío de Eduardo eran ya muy mayores, por lo que el joven Eduardo decidió enlistarse y marchar hacia Italia como voluntario. Los únicos que lo despidieron en la estación de tren fueron su padre y su tío, su madre no supo de su partida hasta después.

Camino a la Gran Guerra

Comienzan así sus memorias: “La ciudad de Tandil presenta esta noche un aspecto singular, el pueblo se ha volcado a la estación acompañando al grupo del que formo parte, quiere darle la despedida a los que parten hacia Buenos Aires, para embarcarse rumbo al viejo mundo a cumplir con el deber de las armas.”

Llega a Italia a bordo del “Algerie” al puerto de Génova.

“Al frente, en la línea de proa, Génova con su linterna famosa. Una brisa suave toma la nave de proa, refrescando nuestros rostros; parece sentir en esta brisa, las primeras caricias de la tierra de Cristóbal Colón, que los americanos recordamos en plazas y monumentos.”

En la sede del Ministerio de Guerra- en la calle XX Settembre, Roma- recibió sus primeras instrucciones.

“En la amplia sala de espera del Jefe de la Aviación, alisto mis documentos: la credencial de S.E. Cobianchi [de Buenos Aires] y un certificado de las autoridades aeronáuticas argentinas justificando mi idoneidad de piloto aviador y que no me ha sido entregada la patente oficial por tener sólo diecisiete años.”

En el cuartel de los “Bersaglieri di La Marmora”, en la calle María Vittoria, funcionó la sede del Comando del Batallón de Aviadores. Allí lo recibió el Mayor Ettore Prandoni. Concluyó su entrenamiento de soldado y se trasladó al campo San Giusto, en Pisa. Allí fue compañero del piloto Carlos Friggieri, oriundo de Santa Fe, Argentina, a quien había conocido por cruzar su provincia de Santa Fe a bordo de un Gabardini. También se encontró allí con el piloto chileno Yorio y el guatemalteco Nannini.

En sus memorias se mencionan datos curiosos, como los monoplanos Caproni que Olivero observa retirados en un depósito y que en Buenos Aires bien podrían haberse considerado aviones último modelo.

En la pista de San Giusto están ordenados: los aspirantes en los Bleirot-Anzani, a cargo del Sargento Mayor Cena; la sección superior en los Bleirot 80 con el Capitán De Muro de la brigada “Sassari”; y los Caudron que dirige el Teniente Colbacchini y el suboficial Ponsiglioni. Al final, los aspirantes, unos cincuenta, en los denominados “Pingüinos” con el Capitán Sulla.

“Rompe en una carcajada [Friggieri], a él también lo habían fletado a esa misma sección; recuerdo el “Pingüino” de Buenos Aires, aquel de las primeras correrías y revivo las mañanas de la escuela de Villa Lugano, con Newbery, mi maestro Castaibert, Eusebione, Perez Arzeno y Panchito Borcosque, mi buen amigo e infatigable propulsor de la aviación argentina.”

En el frente

Un suceso determinó el destino de Eduardo Olivero en la guerra: Dino Menegoni, gran amigo, piloteó el avión asignado a Olivero y murió en él. Luego de este hecho Olivero decidió pedir el pase a otro destino en el frente para alejarse de los recuerdos dolorosos de la muerte de su amigo.

“El fuselaje de ‘Cabeza de Indio’, aplastado de flanco contra el suelo, presenta el puesto del piloto transformado en una masa deforme de hierro y madera. (…) Es la cinta azul y blanca: los colores argentinos impregnados con sangre italiana.”

El cuadro de Dino Menegoni con la cinta patria argentina que llevaba Olivero en el mando, salpicada con la sangre italiana de su amigo, se puede observar hoy en el Museo del Fuerte Independencia, en Tandil.

Olivero recuperó la cinta patria argentina que llevaba en la cabina y con enorme pena por quien voló la que debería haber sido su máquina, solicitó que lo trasladaran a un sector del frente todavía más conflictivo, en Isonzo. Olivero pasa a formar parte de la Cuadrilla de Ases Italianos, con Baracca al frente.

Escuadrilla de los Ases Italianos y Francesco Baracca.

Olivero realizó misiones de altísimo riesgo. Una de ellas, un vuelo en solitario para fotografiar el espacio ocupado por tropas enemigas. Siete aviones enemigos lo acechaban y logró derribar a dos, mientras escapó con lo último de combustible del que disponía. Aterrizó en una granja, logró reabastecerse y volver a la base donde todos lo habían dado por muerto. El Rey de Serbia le otorgó una medalla.

En total, durante la Gran Guerra Olivero se hizo merecedor de tres medallas de plata. Medallas que, por una disposición de aquel momento, podía “cambiar” por una de oro y que le concedían el privilegio de saludar al Rey de Italia en persona. Sin embargo, Olivero rechazó semejante honor pues, para él, cada una de esas medallas habían significado un amigo perdido en combate o una misión que había puesto en riesgo su vida y las de muchos compañeros y civiles. Olivero llegó al grado de comandante durante la Guerra.

En total, Eduardo Olivero recibió: de Italia 3 medallas de plata, 2 medallas de bronce, la Cruz de Guerra, la Medalla Militar, la Medalla Militar al Voluntario de Guerra y la Medalla a la Unidad Italiana; de Francia, la Cruz de Guerra con Palma; y de Serbia, la Gran Cruz de Oro de Karageorgevich.

Durante la Guerra trabó amistad con el poeta Gabriel D’Annunzio. Éste le regaló una lámpara votiva de mil años (hoy esta también puede verse en el Museo Fuerte Independencia) y a través suyo consiguió el permiso para regresar a Argentina. En Buenos Aires, lo recibió su hermano mayor y en Tandil lo esperaba toda la ciudad para honrar su regreso.

En Argentina

Una vez en Argentina, continuó con ritmo entusiasta persiguiendo nuevos límites y hazañas.

Las fotos que lo inmortalizan muestran el rostro de un hombre con anteojos negros y la cara severamente quemada. Esto sucedió luego de que, haciendo acrobacias en el aire, su avión se incendiara sobre la Plaza Independencia. Olivero se arrojó sobre las llamas para salvar a su amigo y copiloto Guillermo Teruelo pero se quemaron así su rostro y sus manos. Olivero no dejó que este suceso lo detuviera, llegó a tomar clases de acordeón para recobrar algo de la movilidad de sus dedos.

Dio clases de vuelo y rompió el récord sudamericano de altura sin oxígeno (más de 8 mil metros). Durante ese vuelo se desmayó pero recobró la conciencia y salvó su vida de milagro. Como había aprendido en la guerra, para soportar el frío, cubrió sus piernas con papel de diarios y ató sus manos al volante (incapaces de aferrarse por el frío y las quemaduras que había sufrido).

Raid Nueva York - Buenos Aires

Una de las grandes hazañas que Olivero realizó y que le valieron el reconocimiento de todos sus contemporáneos fue el Raid Nueva York - Buenos Aires (el primer vuelo que unió las ciudades de América del Sur y del Norte). El vuelo lo realizó con Bernardo Duggan y el mecánico Emilio Campanelli. En 1926, a bordo de un hidroavión Savoia Marchetti (avión italiano), el “Buenos Aires”, unieron las ciudades de Buenos Aires y Nueva York en 37 etapas en 81 días.

Durante todo el viaje sufrieron decenas de imprevistos y aventuras pero hubo una que transformó el viaje en una verdadera epopeya: cuando sobrevolaban la zona del Amazonas, el avión sufrió desperfectos. Los tres valientes quedaron varados en medio de la selva amazónica hasta que un pescador, Josinho Cardoso, en su lancha de pescadores la “Jaruna” (hace años se la podía ver en el Lago de Palermo) los rescató y los llevó al poblado más cercano.

Una vez de regreso sanos y salvos en Buenos Aires, los músicos y artistas compusieron tangos, canciones y poesías en su honor y su imagen se veía en todos los diarios y revistas de la época. Una multitud los aguardaba en el puerto de Buenos Aires, incluidos el entonces Presidente de Argentina, Marcelo Torcuato de Alvear.

Familia

Años más tarde se casó con Esther Aurelia Patrone y su casamiento se anunció en los periódicos. Lo hicieron en la Iglesia de Santo Domingo, en Buenos Aires y tuvieron una hija, Margarita. Olivero era un hombre comprometido con su época y con su país. Se involucró en política y nunca abandonó ese espíritu arrojado e innovador: estudió la posibilidad de elaborar nuevos combustibles vegetales y planeaba un ascenso a la estratósfera cuando el estallido de la Segunda Guerra pone fin a sus proyectos.

Iglesia Nuestra Señora Madre de los Inmigrantes

Como resultado de su experiencia en la Guerra y los horrores que vio padecer a los civiles, especialmente los niños, y como hijo de inmigrantes, Olivero decidió comenzar la construcción de una Iglesia y Colegio para hijos de inmigrantes. Su deseo era también construir un orfanato, pero no vivió para realizarlo. Toda la familia y amigos se involucraron en la construcción y funcionamiento de la Iglesia del colegio con rifas, donaciones y trabajo voluntario. Para la inauguración se invitó a que todas las colectividades en el país se hicieran presentes en la ceremonia y marcharan con sus banderas y estandartes.

Hoy se pueden ver la Iglesia Nuestra Señora Madre de los Migrantes y el Colegio a su lado en el barrio de la Boca. Histórico barrio porteño que vio llegar a millones de inmigrantes en la primera mitad del siglo XX.

Su final

Murió el 19 de marzo de 1966 rodeado de su familia. Hoy, la ciudad de Tandil, su ciudad natal, conserva en el Museo Fuerte Independencia los tesoros y recuerdos que él conservaba en su hogar. Además, se puede visitar el Monolito que recuerda el Raid Nueva York- Buenos Aires en el Parque Independencia y las escuela Eduardo A. Olivero. Sus restos descansan en el solar familiar en el histórico cementerio de la Recoleta, en Buenos Aires.

En el Museo Baracca, en Lugo, Italia, se puede ver conservado el Spad en el que voló Olivero durante la Gran Guerra.